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viernes, 11 de julio de 2008

El drama del turismo en el Perú

Difícil llegar; más difícil aún volver
Juan es un experto elaborador de pizzas. Su trabajo empieza desde la selección de la harina, luego la mezcla adecuada para una buena base de la pizza, la dosis perfecta de queso de la zona y al final los ingredientes, según el menú que oferta en la pizzería. Pedro, un inexperto pero empeñoso ayudante aprendió en algo su receta y le ayudó algún tiempo. Su búsqueda de mejores horizontes le llevó a un lejano país y al cabo de un año le escribe a su maestro contándole que trabaja en una pizzería y que está ganando bien. Espera ayudar a su familia que vive en la pobreza.
Doris es una madre soltera que no encontró mejor empleo que encargarse de la limpieza de las habitaciones de un sencillo hotel. Su empeño solo le permitió mantener su empleo. Las ganancias no le permitían salir de la casa de sus padres, unos humildes campesinos, quienes le ayudaban haciéndose cargo de su pequeño Esteban. Una amiga logró convencerla de ir a un vecino país, continuamente criticado por sus paisanos por su frío crecimiento, que arrasa con las aún precarias condiciones de desarrollo económico del suyo. Hoy ha logrado comprarse un terreno y está construyendo su vivienda. El pequeño Esteban asiste a una escuela privada, solventada por el dinero de su madre.
Pedro y Doris no acudieron a una varita mágica ni menos a un macabro hechizo para cambiar su suerte. Obviamente tampoco se sacaron la lotería para salir de tan precaria situación que los llevo a buscar mejores opciones lejos de su patria. Sólo mantuvieron intacta su voluntad de salir de la pobreza y alcanzar la dignidad que no encontraron en su pueblo.
Si ambos hacen casi lo mismo, cuestiona el hecho de que ahora ganen mucho más que en sus originales empleos. Además de alguna que otra complejidad, lo que pasa es que donde ahora trabajan hay mucha más gente; hay una considerable demanda que permite redituar a sus actuales empleos una mucha mayor ganancia que justifica a su vez un mayor pago a los trabajadores. Existe además una necesaria selección de eficacia en el trabajo, que Pedro y Doris no tienen problemas en desafiar.
Ocurre que en los lugares en donde ambos trabajan se considera al Turismo como una sólida opción de ingresos. No solo a quienes proveen los servicios necesarios, sino a su propio Estado, que ha visto en esta actividad una valiosa opción gana – gana para todos. Ganan los proveedores de los servicios al turista, gana el turista porque encuentra una atractiva alternativa de diversión, cultura y ocio; y gana el estado porque todos ellos tributan a favor del fisco.
Pero eso no ocurre en el Perú. Aun cuando somos el país que se jacta de poseer parte de la gran diversidad biológica mundial y una de las mayores diversidades culturales asociadas a ella, con indiscutibles evidencias en los restos de su historia pasada, no poseemos una cultura turística.

Quienes visitan el Perú son aventureros. Se aventuran a encontrarlo, pues no hay más información del Perú que solo Machu Picchu; se aventuran a visitarlo, sorteando las inverosímiles dificultades de traslado interno, caracterizadas por pésimos servicios de transporte interprovincial, limitados servicios de hospedaje, informales servicios de alimentación, irresponsables servicios de transporte local, inseguridad personal con elevados índices de delincuencia. Para colmo, los servicios básicos en cada localidad son alarmantemente precarios (salud, gestión de residuos sólidos, calidad de agua, etc.); que matizan macabramente con la agresiva atención al cliente en cada proveedor de servicios en general. Para el inexperto e inculto servidor de nuestro país, el turista es un visitante incómodo que no maneja el tipo de cambio, los horarios de atención, la parsimonia del proveedor y otros vicios más que indudablemente no son culpa del turista. Para colmo de males, hay quienes ven en éste a un incauto e indefenso ciudadano del mundo al que se le puede cobrar precios antojadizos, como si fuera el responsable de nuestra pobreza y marginación.

Es muy difícil que cada aventurero que visita al Perú le quede ganas de recomendarlo y menos de volver a visitarlo. Definitivamente siempre será un pésimo negocio hacer turismo en el Perú que en cualquier parte del mundo, aun cuando no posea similares recursos a los que tenemos. En cualquier otra parte – salvo los países que nos acompañan tristemente en este tipo de actitudes y tratos al turista – el turista recibe completa y objetiva información antes de decidir visitarlo (promoción); recibe un elevado trato en cada uno de los servicios necesarios; encuentra en cada lugar un extraordinario escenario que visitar (limpio, ordenado, organizado y vistoso); es atendido con singular vocación de servicio ante cada necesidad básica que se le presente (salud, seguridad ciudadana, orientación, etc.).
Cuestiona siempre que el Perú sienta que el Turismo no es una actividad económica que merezca la mínima atención en los planes estratégicos nacionales, regionales y locales. Pareciera que sintiéramos que la pobreza y postergación son parte de nuestra soberanía. Lejos de aprender de nuestros vecinos, con menores recursos naturales y culturales que el nuestro, criticamos su avance y crecimiento a través de agresivas estrategias de promoción de su escenario particular. Vivimos con los ojos vendados repitiéndonos generación tras generación, que somos mejores que ellos, aunque jamás seremos merecedores de una mejor situación económica y de una dignidad a la altura de cualquier otro ciudadano del mundo.
Esta reflexión se ha dicho y repetido una y otra vez, pero no sentimos que nos corresponde atenderla. Si somos autoridades, creemos que hacemos nuestra parte construyendo absurdos y costosos monumentos a cualquier cosa o miradores imprudentes; si somos proveedores de servicios, creemos que solo nos asiste cobrar por cada servicio, al margen de la calidad con la que lo ofertemos; lo demás le corresponde a las autoridades o es problema del turista; si somos ciudadanos, creemos que la limpieza pública y la seguridad ciudadana le corresponde a las autoridades. Los turistas llegan a encarecer el costo de vida y por eso, mientras menos vengan, mejor.
He vivido en diversas ciudades del Perú, incluyendo el Cusco, y ninguna de ellas ha demostrado que el turismo sea una opción estratégica de su desarrollo. Continuamos apostando a la agricultura que, en referencia a su acentuado monocultivo se convierte en “monoactividad” económica, postergando insensiblemente a otras opciones como el turismo. Extraordinariamente apostamos por el negocio de coyuntura (minería, extracción forestal, textileria, piratería de información, etc.). Resulta alarmante, visto de lejos, que ciudades con maravillosos recursos (caso de Cajamarca) terminen recibiendo su mayor demanda turística en las épocas en que los escolares del país (con su precaria capacidad de consumo) la visitan como parte de su “viaje de promoción”.
Como parte de nuestra dinámica histórica, habrá que esperar que los Pedro y Doris continúen enrostrándonos nuestra incapacidad para convertir al turismo en una sólida opción de desarrollo. Habrá que vivir además con la idea de que el turismo en el Perú seguirá siendo difícil de llegar y mas difícil aun de volver.